Queridos profes:
Hace años soñé con el día en que pudiera expresar mi más profundo respeto y admiración a quienes son capaces de enseñar el mundo con palabras. De entregar el alma por los demás.
Cada día ocurre un milagro, cada día muchos de ustedes llegan a sus aulas de clase y recrean el mundo en un instante, resignificando la vida para que sus estudiantes, pequeños o grandes la vivan a plenitud.
Les admiro por ser capaces de entender a cada alumno de acuerdo a su tamaño; sé que a veces se hacen tan pequeños como sus estudiantes de 6 años y otras veces son capaces de convertirse en los mejores abuelos para escuchar a aquellos jóvenes que empiezan a experimentar incontables emociones, justo cuando al resto del mundo parece indiferente.
Respeto enormemente la capacidad que tienen de asumir como propias, las preocupaciones ajenas y sé de la indignación que sienten cuando las cosas no funcionan al interior de las familias de sus estudiantes. Sé que le piden a Dios -a toda hora-, fuerza y sabiduría para seguir siendo buenos maestros.
Reconozco su esmero porque los aprendices entiendan cada lección. Sé que al final de cada jornada llevan a sus viviendas cientos de tareas y que les gustaría un poco más de tranquilidad. Pero hay algo en su interior que no los deja: la convicción de que la educación es el camino. Les pido perdón por los difíciles momentos que a veces tienen que pasar; me gustaría que escucharan más palabras amables que les llegaran al corazón y les alimentaran el alma para seguir sembrando amor en cada estudiante.
A veces es preciso entender que en una sociedad plagada de guerras y conflictos, los vacíos más difíciles de llenar son los del respeto y la comprensión; a veces desconocer los nombres y las fechas históricas puede ser circunstancial, pero lo que ninguno de nosotros puede ignorar es que la vida es sagrada y que la armonía debe prevalecer en todos los espacios.
Entiendo que a veces no hay suficiente tinta para los marcadores y que les gustaría que las horas de clase se alargaran en esos días en que sus estudiantes más difíciles están trabajando esmerados en alguna actividad, rompiendo sus propias barreras. Superando sus limitaciones.
Pero queridos docentes, hoy sólo les pido un favor: no se rindan. Les pido que no se cansen de remover las murallas que otros insisten en colocar a las almas frágiles de los estudiantes; les pido que por favor vuelvan a encender el fuego en el alma de una sociedad que parece hecha de hielo. Profes, les pido que le pongan color y alegría a los sueños que encaminan. Les pido esto de corazón, porque sólo ustedes saben cómo hacerlo.
No cedan porfavor. Creemos en ustedes queridos maestros, porque a pesar de tantos problemas cotidianos sabemos que hay profes en las veredas más alejadas de esta tierra, hablándoles a nuestros niños sobre la belleza de los paisajes que aún no conocen, de héroes y heroínas que ganan batallas, de historias en las que los buenos ganan. Así cultivamos esperanza. Así les invitamos a soñar alto; así formamos nuevas ciudadanías para transformar realidades.
Hoy contamos con un gran presupuesto para infraestructura. Hemos entregado libros, tablets, y balones y seguiremos haciéndolo. He estado buscando recursos para bibliotecas, alimentación y transporte escolar, pero todo ese esfuerzo me resulta inútil si no hay profes con la capacidad de inspirar, profes que transmitan a sus estudiantes la fuerza necesaria para triunfar; si no tenemos profes que estén dispuestos a cambiar el mundo.
Al final de este camino podremos tener colegios más grandes, con más libros y pisos nuevos, y nada de esto marcará una diferencia significativa. Nada importará a menos que ustedes, queridos profesores, quieran acompañarme a escribir el futuro de nuestro Departamento.
También fui estudiante. Por eso les puedo decir que me inspira un profesor capaz de reír y reavivar los porqués, que sea lo suficientemente valiente como para atreverse a preguntar aquello que no sabe, que sea capaz de quebrantarse ante el dolor del otro y que recupere el asombro ante la pregunta ingenua. Me inspira ese profesor que se aventura a mirar con ojos nuevos y que, frente a la equivocación de su alumno, lo trata como si fuese su propio hijo. Me inspira aquél maestro que conserva y fortalece sus convicciones y que se atreve a pegar alas en los hombros de sus estudiantes.
Queridos maestros, a lo mejor entre sus alumnos tengan al próximo nobel de literatura aunque en este momento esa personita no cumpla con las planas asignadas la semana pasada. Tal vez en sus salones esté la científica que patente una nueva vacuna o el próximo presidente de Colombia. Pero eso no lo sabremos hasta que no rompamos con ciertos prejuicios y dejemos de lado las quejas de algunos colegas que dicen que tal o cual estudiante no sirve para nada. Cuando dejemos de creer que ya lo hicimos todo.
Gracias queridos profesores, porque han aceptado una de las profesiones más extremas, donde a diario hay que superar pruebas verdaderamente duras, porque hay que atravesar ríos y montañas para llegar al lugar donde les espera su razón de ser: decenas de niños con las manos un poco untadas de dulces y con uniformes desarreglados, esperando a que ustedes lleguen con historias asombrosas, saberes y trucos de magia que les hagan sonreír.
Gracias profes por darnos la oportunidad de creer, de soñar y de pensar en que un mundo mejor es posible. Nunca le hagan caso a la resignación o al miedo. Recuerden que lo que ustedes hacen a diario con sus estudiantes, no solo les define su propia vida y su futuro, sino que determinará el futuro de Boyacá y del país. Lo que ustedes enseñan hoy será cimiento para que, como sociedad podamos responder cada desafío.
Sabemos muy bien que hay muchas circunstancias que dificultan la labor docente, que nuestros niños llegan con serias desventajas al salón de clases, que el clima usualmente no ayuda, que las noticias no siempre son las mejores. Pero el lugar donde nuestros estudiantes nacen o crecen no tiene por qué determinar su destino. La fecha de nacimiento o la casa en la que viven no tiene por qué definir sus sueños. Nadie ha escrito nuestro destino, porque aquí en Boyacá, somos cada uno de nosotros quienes escribimos y forjamos nuestro futuro y nuestra historia. Eso es lo que los héroes como ustedes, apreciados profes, están haciendo todos los días, en esta tierra bendita.
Así que, a pesar de todo, no hay excusa para no dar lo mejor de todos y cada uno de nosotros, no hay razón para no intentarlo, porque en nuestros salones nos esperan miles de preguntas y motivos para no dar marcha atrás, porque cada estudiante espera -como lo dijera Gabriel García Márquez- tener por fin y para siempre, una segunda oportunidad sobre la tierra, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad.
Infinitas gracias maestros y les insisto, no se rindan. En ustedes descansa nuestra esperanza y la razón para seguir adelante, porque ustedes hacen patria todos los días y de su labor me siento orgulloso.
¡Dios les bendiga. Feliz día!.
Carlos Andrés Amaya Rodríguez
Gobernador de Boyacá.